-Segundo comunicado-
Ha habido una reacción desproporcionada a las protestas recientes organizadas por estudiantes universitarios. Aquellos que protestaron contra el candidato del PRI en la Universidad Iberoamericana lo hicieron de forma pacífica y no le impidieron al candidato que hablara, lo mismo aquellos que marcharon en Reforma el 19 de mayo. Aún así fueron acusados en varios medios de comunicación de sostener un discurso de odio, de incitarlo, de rebajar la calidad del debate democrático e –incluso- de sostener actitudes de intolerancia “fascista”. Los estudiantes de esa y otras universidades hicieron bien en aclarar que no fueron violentos, en señalar las reacciones como desproporcionadas -cuando no mal intencionadas y calumniosas- y deplorar la mala calidad y la parcialidad con que muchos medios reportaron lo sucedido. La asociación de algunos de estos medios con el candidato del PRI provocaron que los estudiantes enfocaran sus siguientes protestas (#YoSoy132) contra Televisa, contra diarios como La Razón y Milenio y contra Enrique Peña Nieto. Hemos sido testigos de cómo, en una sociedad aparentemente libre y democrática, los jóvenes exigen con buenas razones mejor información y más libertad de expresión. El mercado de los medios y sus prácticas no han estado a la altura de lo que muchas personas esperan. Estos jóvenes lo han notado y han exigido que se cambie. Incitar al odio es un delito muy preciso que se refiere a promover el odio de manera intencionada contra grupos vulnerables, en un contexto específico y con consecuencias precisas. Nada de eso aplica a las protestas pacíficas de los estudiantes. Afirmarlo es un atentado discursivo contra la libertad de expresión. Protestar no es odiar.
Democracia Deliberada cree en la deliberación pública y razonada, pero también cree en las acciones deliberadas que hagan avanzar la democracia. Creemos en el diálogo y no creemos en la enemistad como forma de hacer política, pero también creemos que formas de debate entre adversarios políticos –tal y como las protestas pacíficas- tienen un papel legítimo y útil en las democracias. Protestar también es una forma de deliberar. En la democracia se necesitan demócratas deliberativos y también activistas deliberados. Tenemos razones prácticas y razones filosóficas para sostener este argumento.
La razón práctica es que el poder también afecta las formas y los fondos de las deliberaciones, por algo la lucha por espacios de deliberación auténticamente democráticos ha requerido muchos gritos y muchas pancartas. Protestar también construye democracia y, en casos como el actual, contribuye a mejorar la calidad del debate. Los contextos de deliberación no siempre son ideales y no siempre es posible intercambiar argumentos con los interlocutores para persuadirlos y llegar a un acuerdo, decisión o conclusión libre de los efectos de la desigualdad de poder existente. En contextos donde hay actores hegemónicos, suele ocurrir que los problemas centrales del debate quedan excluidos de la deliberación abierta. Cuando un auditorio está lleno de paleros irreflexivos y no deliberativos, cuando el candidato da atole con el dedo y se niega a responder con franqueza o acepta responsabilidad por atrocidades de Estado como el caso Atenco, estamos convencidos de que es legítimo protestar. Si protesto no necesariamente insulto, si insulto no significa que odio, si digo que odio no es que lo promueva, mucho menos que lo “incite”. Los derechos civiles no se aprenden, se verifican. Eso es lo que han hecho los estudiantes por nosotros y lo han hecho bien. Aquellas personas o medios de comunicación que busquen detener cualquier protesta pacífica argumentando que “incitan al odio” no sólo hacen mal uso del derecho positivo en la materia, sino que incitan al público a limitar la libertad de expresión.
Que defendamos la protesta no significa que neguemos la importancia de la deliberación. Significa que la entendemos de manera particular. Nuestra corriente política se inclina por una noción de pluralismo liberal de tipo “agónico”. Hacemos nuestras posiciones que consideran que tomarse el pluralismo valorativo y de opinión de forma seria es renunciar al sueño del consenso racional. El carácter pluralista de una sociedad democrática debe estar basado en que ningún actor social (proteste o no proteste, sepa de lo que habla o no lo sepa, apele a ideas o a emociones) se atribuya la representación de la totalidad. La democracia deliberativa no necesariamente termina en consenso (a menos que sea precario) ni puede escapar a la existencia de adversarios (aunque debe evitar la enemistad destructiva).
Oponerse a la existencia del conflicto entre adversarios democráticos suele enmascarar un deseo por esconder o por negarse a discutir los intereses y las coaliciones que hacen que la estabilidad sea posible. Ningún acuerdo estable es perfecto. La estabilidad es importante, pero respetar el acuerdo que la provee no lo es. Consideramos que la defensa gratuita del consenso y la concordia política es antidemocrática y antiliberal porque se niega a aceptar que la estabilidad siempre está construida con arreglos de poder. Negarse a discutir un pacto de estabilidad es negar que puede haber otro pacto, uno más justo y más funcional. Por eso deploramos las reacciones de los líderes del Partido Revolucionario Institucional y de algunos periodistas que detrás de la bandera de la “tolerancia” se han opuesto a la democracia pluralista y a la libertad de expresión.
Sin embargo, notamos con alegría que la reacción de los estudiantes y de la sociedad fue suficiente para contener los ataques. No recordamos ningún caso en que un candidato puntero haya generado tal cantidad de oposición movilizada en la época de campañas. Si acaso no cambian las mareas y el PRI gana las elecciones, las semillas de una mejor oposición (partidista o no) ya han quedado bien sembradas. Ahora es más difícil imponer agendas, opiniones o decisiones. La acción política que apuesta por la imposición hegemónica no debe esperar ser aceptable o aceptada. Hemos cambiado, la resistencia es cada vez más fuerte y más común. Las protestas y las marchas no fueron una casualidad, fueron una confirmación.
Declaramos que cualquiera que condene una protesta pacífica argumentando que incita al odio o que es antidemocrática, sin razones estrictamente legales para hacerlo, será nuestro adversario político.
Protestar también es deliberar,
DEMOCRACIA DELIBERADA
Corriente política