-Tercer comunicado-
En Democracia Deliberada no escondemos nuestro partidismo, por el contrario, queremos demostrar que participar en un partido político es una actividad cívica como muchas otras. Que ciudadano no es sinónimo de apartidista y que partidista es una forma más de ser ciudadano. También creemos que el mejor camino – que no el único- para cambiar las instituciones y las políticas públicas del Estado son los partidos políticos. Esta es la razón principal por la que hemos decidido participar activamente en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sin embargo, con buenas razones, varias personas nos preguntan: ¿Por qué el PRD y no otros?
El PRD es el partido con el que tenemos más encuentros que desencuentros en objetivos, prioridades y preocupaciones. Sin embargo, también ha sido el partido que, a lo largo del tiempo, ha sido blanco de muchas de nuestras críticas. Es un partido político del que siempre hemos esperado más que de los otros, y con el que hemos sido más exigentes. Esas exigencias y críticas de ayer y de hoy, las hacemos pensando que las izquierdas deben y pueden ser una opción viable y deseable de gobierno para los mexicanos.
No hacemos caso omiso a los errores que el PRD y sus gobiernos han cometido. Han permitido la corrupción de dirigentes, funcionarios y militantes. No siempre han transparentado el destino de los recursos públicos. En distintos momentos han apoyado candidaturas de políticos que explícitamente violaron derechos civiles, y particularmente los de militantes de izquierdas. En muchos espacios no privilegian la discusión y el debate sino la negociación de puestos, recursos, y reglas. En algunos casos no han tratado de democratizar y mejorar el ejercicio de gobierno, por el contrario, a veces han reproducido las peores prácticas de los viejos gobiernos priistas y los abusos de los recientes gobiernos panistas. Creemos que todo esto puede cambiar.
También reconocemos sus aciertos y los asumimos como ejemplos que merecen se replicados: el énfasis en la redistribución del ingreso, en el combate a privilegios, y el respeto al ejercicio de los derechos civiles, por citar algunos ejemplos. En particular sus gobiernos en el Distrito Federal han demostrado avances notables en varios temas que afectan la vida cotidiana de las personas como pocos. Especialmente en asuntos de seguridad, transparencia, seguridad social, transporte, derechos de las mujeres y el reconocimiento de la diversidad sexual. Es verdad que el PRD no ha sido igual de consistente en esta agenda en todo el país; sin embargo, frente a los fuertes embates contra lo que significan estos cambios, han sostenido sus banderas. Su trabajo legislativo a nivel federal también suele ser muestras de ello, y ese fue el caso en la reciente discusión legislativa sobre una reforma política que acercara más a los representantes con sus representados.
Estos aciertos, nos parece, no ocurrieron de formas aisladas y son parte de la larga historia de las izquierdas mexicanas. De la corriente histórica que estuvo representada por el esfuerzo de democratización y unificación de varios grupos en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) a principios de los años ochenta; y más tarde en el Partido Mexicano Socialista (PMS) que fue producto del reconocimiento y cohabitación de la diversidad política en las izquierdas. Esa misma corriente histórica que supo identificar el impulso democrático que el movimiento cardenista dio a la oposición en 1988, y que al marcar una ruptura no sólo política sino también ideológica con el PRI de aquellos años, ha seguido dando cauce a demandas identificadas con los más débiles y los excluidos. Esos fueron años de adversidad, inequidad, riesgo y persecución política, que pocos hoy, se atreverían a enfrentar.
Los esfuerzos de los años ochenta por unificar las izquierdas partían del reconocimiento de las diferencias, y de la tolerancia para que diversas organizaciones y grupos de izquierda pudieran participar electoralmente. Esa premisa obligaba a que hubiera discusión, debate, deliberación, coincidencias y divergencias. Reconocemos que con los años esos esfuerzos y esos fundamentos se han desgastado. La “tribus” del PRD han tomado el aparato del partido para excluir a ciudadanos, no para incluirlos. Exigen tributo a sus dirigentes, en vez de fomentar la discusión y ampliar las coaliciones sobre las que se sostiene. Pero es precisamente por esta razón, que queremos participar en el PRD.
Queremos recuperar la premisa con la que se fundaron los tres proyectos de unificación anteriores, el reconocimiento de las decisiones colectivas, de la deliberación inteligente, y la generosidad de los acuerdos y desacuerdos políticos, para cumplir objetivos compartidos. Queremos recuperar el reconocimiento a las y los ciudadanos que deciden participar no para sacar un beneficio individual, sino para escuchar y hacerse escuchar. Queremos contribuir a que la acción política del PRD tome un rumbo más igualitario, más sustentable y más abierto. Queremos construir una izquierda que tome decisiones cuyas consecuencias estén tan claras como sea posible, que las conozcan los ciudadanos y que se lleven a buen fin mediante la acción, supervisión y arbitraje de un Estado fuerte y democrático.
La decisión de participar en el PRD la tomamos hace dos meses y no la tomamos casualmente. Sabemos que hoy tiene un significado distinto al que hubiera tenido hace tiempo, o después de la elección presidencial. Nuestra evaluación del gobierno panista de los últimos doce años nos llevó a la conclusión de que el electorado debe castigarlo sacándolo del poder porque pese a algunos aciertos no ha hecho un buen gobierno y su sostenimiento tendría consecuencias aún más negativas. No lograron tomar decisiones que echaran a andar la economía nacional, ni mejorar de manera sustancial la redistribución del ingreso. En el camino su estrategia en el combate al crimen organizado en algunos casos ha tenido en consecuencias indeseables en términos de seguridad, y en otros, directamente ha creado más víctimas, no menos.
En el caso del PRI nuestra conclusión es similar. Los gobiernos desde los cuales ejerció el poder en el pasado, y desde el cual lo ejerce hoy a nivel estatal no presentan evidencia de que sea un partido que haya cambiado. Por el contrario vemos la profesionalización y renovación de sus peores prácticas. No condenan ni combaten el privilegio, sino que lo ostentan. No reconocen y respetan los derechos civiles, sino que los ignoran o de plano criminalizan y excluyen a quienes los ejercen. Considerando su propio pasado, la corriente política que representan no ha logrado convertirse en una opción de gobierno que celebre el arribo democrático al poder sino, por el contrario, han aprendido a llegar al poder con instrumentos aparentemente democráticos, para después restringir la pluralidad y la democracia desde el gobierno.
Participar en el PRD es también parte de un llamado urgente. Es un llamado a darle la oportunidad de gobernar a una opción de izquierdas; a permitirle replicar su aciertos en todo el país y a que trabaje con los ímpetus transformadores que han vuelto a aparecer en nuestra sociedad. Pero también es un llamado a garantizar la existencia de una organización política de izquierdas que esté lista para gobernar y compita por el poder, si es necesario, desde la oposición. Una oposición que debe ser numerosa e inteligente. Democrática y asertiva. Deliberativa e incluyente. Es decir, deliberadamente democrática.
Democracia Deliberada
Corriente política