En buena parte de la frontera entre México y Estados Unidos ya existe un muro fronterizo; la construcción de un muro que cubra el resto de la frontera, o que refuerce el que ya existe, no es sino un absoluto desperdicio de recursos que no cambiará fundamentalmente los patrones migratorios en nuestra frontera norte. Patrones que, además, han llegado a un mínimo histórico de mexicanos buscando llegar a Estados Unidos. Entonces ¿por qué nos molesta? ¿por qué es políticamente rentable para Donald Trump? ¿por qué nos parece inadmisible, más allá de la tontería de querer imponernos su pago, la construcción misma de ese muro? Nos parece que el mayor problema es lo que ese muro simboliza: la distancia que la administración Trump quiere que exista entre nuestros países, es en el fondo un mensaje de segregación racial para deleite de supremacistas blancos que existen en su base de apoyo político. Es una agresión más simbólica que práctica, pero es una agresión.
Por tanto, este es un momento de esos en la historia en que los símbolos son importantes y debemos aprender a enfrentar a Trump también en ese campo. A menos de que a estas alturas todavía alguien esté pensando que hay espacio para encontrar acomodo con la nueva administración, hay que asumir que estaremos enfrentados y que hay batallas que podemos ganarle: por ejemplo la batalla de los símbolos.
Tenemos que empezar por reconocer que nuestro país tiene deudas con su propia gente. Deudas que representan lo peor de nosotros mismos pues muchas de ellas se deben a la negligencia, a la exclusión y al olvido. Es por eso que el símbolo que hoy México le mande al mundo no sólo es un símbolo a otros pueblos, sino también un mensaje a nosotras y nosotros mismos. No sólo debemos hablar hacia afuera, sino al hacerlo convertirnos en lo que queremos que afuera vean de nosotros. Cómo tratamos a los otros, a los diferentes, a personas de otras nacionalidades y religiones, es un punto de partida para cambiar cómo nos tratamos entre nosotros mismos. Si podemos entender y solidarizarnos con los migrantes guatemaltecos, hondureños, salvadoreños, nicaragüenses y haitianos que hoy cruzan nuestro país, entonces podemos también solidarizarnos con los mexicanos que hoy se sienten excluidos y maltratados por nuestra sociedad. Si podemos entender que personas de lugares tan distantes como Siria y Libia tienen hoy vidas marcadas por el sufrimiento de ver sus hogares destruidos y el temor a regresar, entonces podremos entender mejor a los mexicanos que se ven obligados a emigrar dejando casa, familia y comunidad atrás y que hoy es más probable que sean deportados. En cambio, si asumimos de entrada que esos refugiados serán una carga económica o si los vemos como terroristas potenciales, entonces no somos mejores que Donald Trump.
Por esta razón emplazamos al Presidente Peña Nieto a que convoque una sesión de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados para que se ponga en marcha una política de puertas abiertas para recibir a los refugiados que hoy han sido rechazados en Estados Unidos, debido a la orden más reciente del Presidente Trump en contra de refugiados de países con población de religión musulmana. No importa de qué país vienen ni qué religión sean, en México pueden ser recibidos. Si por ser mexicanos nos van a excluir, nosotros mostraremos que por ser mexicanos podemos recibir e incluir. Como nuestros paisanos han demostrado en Estados Unidos, un país se enriquece por el intercambio económico y cultural que genera la migración. Nosotros podemos enriquecernos más, aprender más, entender mejor al mundo, si recibimos a quienes por las desgracias que sus países sufren necesitan dejar su lugar de origen.
No sería la primera vez que mandamos un mensaje al mundo sobre quienes somos y quiénes queremos ser. Lo hicimos antes y quienes recibieron nuestro apoyo así lo recuerdan. Hoy el mosaico nacional incluye a los descendientes de muchos republicanos españoles que huyeron del fascismo franquista, tenemos una comunidad judía, libanesa, francesa, e incluso medio millón de estadounidenses que llaman a México su casa, porque eso es. Por no hablar de la comunidad colombiana, venezolana, cubana, chilena, argentina, armenia, haitiana y tantas otras con las que convivimos todos los días en este país. Si algo hemos presumido en México desde los años treinta por lo menos es que somos un país de fronteras abiertas, aunque no siempre le hayamos hecho honor a esa retórica. Este es el momento de ser eso que siempre hemos querido ser: un país comprometido con aquellos que lo han perdido todo en otras partes.
Pero además, ganar la batalla simbólica tiene consecuencias prácticas. Hoy buena parte del mundo se prepara para resistir los embates de un gobierno americano completamente desbocado y peligroso. No sabemos qué tan lejos está dispuesto a llegar Donald Trump en su política aislacionista y antimexicana. Sí sabemos que ha sido consistente en proponer, representar y llevar a cabo medidas ofensivas y excluyentes. También sabemos que es mejor tener aliados que estar solos. Apelar a lo mejor que tenemos de nosotros mismos, es un ejemplo y una forma de tejer alianzas con quienes también quieran mostrar lo mejor de sí mismos. Eso es lo que hemos visto hasta hoy con la solidaridad mostrada por gobernantes locales y miles de estadounidenses con los migrantes mexicanos en su oposición a las decisiones de Trump. Con un mensaje claro y fuerte hacia otros países tejemos una red de alianzas más amplia. Llamamos a la solidaridad ofreciendo solidaridad. México es uno de los países más vulnerables frente a la amenaza de Trump, eso también nos convierte en una amenaza para la retórica y las acciones del gobierno de Trump. Esta es la oportunidad que México no ha tenido en décadas para implementar una estrategia de política exterior que nos permita volver a ver al mundo, a todo el mundo, de frente.
Cuando el mundo entero nos está viendo podemos comunicarnos con símbolos de forma clara, contundente no sólo para decir quienes somos sino quienes queremos ser. Este es uno de esos momentos en que el mundo observa a México. Nos observan con indignación y solidaridad por la decisión del Presidente de Estados Unidos de maltratar a las y los migrantes mexicanos en Estados Unidos y por la construcción de un muro que, por banal que parezca y resulte, marca la distancia que quiere que exista entre nuestros países. Los países que nos observan también nos observan con expectativa y con esperanza. Esperan saber si México va a ser el primero en resistir decisiones que representan el racismo, la xenofobia y la exclusión. Esperan saber si lo que hace México hace mella en las decisiones de Donald Trump y el grupo de extremistas que lo rodean. Confirmemos sus esperanzas.
Todos los comunicados que nuestra corriente política emite suelen terminar con una definición de quiénes son nuestros adversarios políticos. En esta ocasión creemos que no es un momento para definir adversarios. En esta ocasión queremos hacer lo contrario: queremos mostrar que lo que se pueden construir son lazos entre quienes piensan y viven diferente. Quienes estén dispuestos a hacer de México un país que dé la bienvenida a los refugiados que no serán recibidos en Estados Unidos debido a las decisiones de la administración de Donald Trump, serán nuestros aliados políticos.